1955 fue un año fatídico para el deporte. Todo ocurrió durante la carrera de Le Mans y se le reconoce como la mayor tragedia deportiva. Uno de los competidores perdió el control y chocó contra una platea. Esta colisión le costó la vida a 83 personas y lesionó seriamente a más de 100.
Squire lo explica con precisión:
“Una franja de trescientos metros cuadrados de espectadores animando a los pilotos se convirtió en una masa de histérico y negro horror”. Así de gráficamente describía la revista Time los momentos posteriores al mayor accidente de automovilismo de la historia, ocurrido en las 24 Horas de Le Mans un 11 de junio de 1955 cuando los restos en llamas del Mercedes conducido por el francés Pierre Levegh volaron hacia los espectadores tras un tremendo accidente en la pista, provocando al menos 83 muertos –muchos de ellos decapitados– y cientos de heridos.
El accidente dio la vuelta al mundo y dos días después, las autoridades galas prohibían las competiciones automovilísticas en Francia. Alemania, España y Suiza siguieron el ejemplo francés y suspendieron sus Grandes Premios.
El telón de fondo de esta horrenda desgracia fue la intensa rivalidad entre las escuderías alemanas y británicas y sus pilotos. En los 50, las pruebas automovilísticas eran, obviamente, mucho más peligrosas que hoy en día, con unas medidas de seguridad muy deficientes tanto en las pistas como en los propios vehículos.
Los corredores arriesgaban su vida en cada prueba y solo dos días antes Alberto Ascari, doble campeón del mundo, había muerto en Monza. En Le Mans, desde que la competición se había inaugurado en 1923, habían fallecido seis personas. Pero hasta esa fatídica jornada, al menos se pensaba que los espectadores estaban a salvo.